Solamente quedan prendidas las luces de neón que bordean la barra.
La montaña de copas con rouge y los ceniceros que vomitan colillas son el indicador más claro: la noche fue buena. Se acabó la euforia del salón, de a poco el swing rellena el ambiente y la media luz se pintarrajea de notas sincopadas a las que me abandono. Afuera llueve. Poco, pero parejo. Las aureolas crecen en los faroles.
Cuando la puerta se cierra siempre somos pocos los que quedamos adentro.
Una rubia se ríe aparatosamente mientras sale colgada del brazo de un galán del que ni siquiera sabe el nombre.
—¡El whisky es excelente!
... Y la cocaína también.
Los flashes de las caras ajenas se mezclan con el pensamiento propio y proyectan una melange de absoluta coherencia interna. Últimamente mis noches son largas e ilimitadas, en sentidos que jamás voy a poder explicar. Son noches en expansión continua, casi desenfrenadas de emociones.Aquí estamos todos. Renegando de manera adolescente y desinteresada de la realidad sin ser más que un grupo de inadaptados crónicos que cambiaron revolucionar al mundo por las drogas medidas y justificadas. Cada cual ahogado en su propia frustración y en su propio vicio. Desde donde yo lo veo, la cosa es más o menos así: con el devenir del tiempo uno va cambiando de metas. Primero piensa en ser lo que quiere, después empieza a ser lo que puede y finalmente termina siendo lo que le dejan ser.
Alguien grita mi nombre y me uno a la reunión. Siempre hay quien insiste en pagar un vaso más y otro y la noche se alarga. Hablo durante horas con personas que van y vienen sin saber quienes son. Se acercan a pedir consejos sobre el amor y la barra los arrulla... i feel blue, I feel sad... Todos me conocen, o más bien, creen conocerme. Aunque las mujeres no somos todas iguales. Hay subgrupos como en todas las especies.
Personalmente me definí por no pertenecer. No pertenecí, pertenezco ni perteneceré a ninguno de esos montones repetidos y fútiles. Ostento el nombre que llevó, desde mi tatarabuela, cada una de las mujeres de mi familia. Un nombre trágico y fuerte. Un nombre que tiene un imaginario propio. Y que en mi familia tiene además la rara capacidad de interpolarnos a todas en una. Y es así como además del nombre arrastro en mis ojeras los desvelos de muchas y de ninguna.
Las escobillas de la batería me rascan la espalda mientras pienso en la sed de cada noche y en mi próxima victima. Allá en la esquina descubro la mirada que rehuye y el instinto de caza se revela y se aguza. Entre otras cosas todas nosotras tuvimos la imposibilidad de ser mujeres de un solo hombre. Y el paso de las generaciones fue dejando ciertos trucos debajo de la manga. Vuelvo a mirar, fija, penetrante, invitadoramente.
—Malena... Me servís una cerveza, por favor...
—¡Que raro vos acá después del cierre...! ¿qué pasó? ¿tu mujer?
—Donde pones el ojo... Mi mujer...
—¿Otra u otro?
—Otra
—¿Y como sigue? ¿Te vas a ir a un hotel o te vas a arrastrar?
—Cuando termine la cerveza te digo
—Ja... te vas a arrastrar...
Después de la interrupción del cliente conflictuado levanto la vista buscando a mi hombre y lo encuentro recostado contra la pared que linda con la barra.
Algunos prefieren la ingenuidad, otros el desafío, yo prefiero los cazadores. Es interesante variar y dejarse atrapar de cuando en cuando. Es un juego mucho más sutil. Por supuesto que el poder de un escote bien usado es siempre determinante, pero es mucho más interesante generar esa mística sin tener necesidad de exhibir.
Lento, con miradas cortas, atraerlo, dejarlo que piense que está tomando la iniciativa, mostrando ese interés mínimo, necesario para que algo lo inquiete sin que note qué es. Algún mohín de incomodidad discreto y esperar. Hay que ejercitar la paciencia y para cuando la presa se da cuanta de la trampa ya no puede hacer nada más que admirar.—Malena, cantá tu tango —grita El Griego desde la mesa del fondo....”Malena canta el tango como ninguna y en cada verso pone su corazón...” murmuro mientras desoigo la invitación.…Griego... barba gris-amarillento y dientes con nicotina de una vida que ya son parte de la decoración. Militante anacrónico y bebedor empedernido.
Su mesa es siempre el lugar de nacimiento de las teorías socio-políticas y las propuestas económicas más descabelladas que haya escuchado y su público, material de observación. Uno o dos temerarios que se atreven a oponerse a sus disertaciones metafísicas y un montón de caras que asienten con la boca abierta. Son lo más parecido a un balde de pesca lleno de piezas recién sacadas del agua. Miran de a un lado a otro. Sonríen cómplices con la palabra del Griego, aunque nunca abiertamente porque es claro que en realidad no tienen ni idea del tema sobre el que versa la conversación. Sé perfectamente que más de una vez a mezclado datos erróneos para probar la sapiencia de su auditorio. Personalmente no entiendo esa necesidad de auto-frustración.
Tampoco falta el ingenuo que lo confunde con un comunista. Entonces la charla se vuelve epopeya.Pero siempre llega el punto en el que El Griego se aburre. Entonces se levanta respetuosamente, aduce que a su edad hablar mucho da sed y viene a la barra a despotricar contra la sociedad y la educación.
Después del desahogo llega el mea culpa, y la falta de constancia en la militancia y el cambio de ideales y el aburguesamiento lento y persistente que lo depositó en el bar en aquellos tiempos y el “la puta, me volví intelectual de café”. Me pide la medida de ginebra de la decepción de cada noche y vuelve a la mesa que quedó igual de vacía que las conciencias de sus ex oyentes.Veo a mi hombre que se acerca y busco un quehacer que me sirva de excusa. Me pide un trago. Se queda sentado en la barra, y me mira, por momentos descarado y por momentos imperceptible. Yo sigo secando copas. De reojo lo veo revisar los bolsillos mientras el cigarrillo le cuelga de la boca. Sonrío con picardía.
—Si necesitas fuego tenés un encendedor ahí- digo, y señalo la columna de la punta de la barra. Me gusta mirar a los ojos. El movimiento fue exacto. El agradecimiento dice mucho más si se sabe leer entrelíneas.
El Griego dice que a la gente le sirven mis consejos porque yo no entiendo el amor. Y tal vez tenga razón. Tal vez tenga que ver con mi nombre, con la historia familiar, o quizás sea algo más simple y por eso más difícil de precisar.
Mi presa finalmente decide acercarse. Me pregunta a que hora termina mi turno y omito deliberadamente el hecho de que soy la dueña cuando contesto que no tengo un horario fijo.Son tan distintas las interpretaciones de un mismo cuadro... Es tan divertido escuchar lo que cada uno elige contar cuando el juego de la seducción queda al descubierto...
***
Otra rubia se ríe aparatosamente mientras sale colgada del brazo de un galán del que ni siquiera sabe el nombre.
—Mi whisky es excelente.
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